viernes, 24 de abril de 2015

El Ermitaño


Eran las fiestas de San Jacinto en el pueblo, todos los años íbamos a pasar esta semana en la cual todo era alegría, el pueblo era adornado con banderas de colores, los bares se vestían de gala, había juegos para los niños y música para los mayores.

Una de las tradiciones el hacer la merienda-cena en un parque de arena con una gran esplanada para correr,columpios y una caseta en la cual servían bebidas.

La ilusión para todos los niños que vivían allí y de todos los que íbamos a pasar el verano o estas fiestas maravillosas.

Andando por las calles, siempre estaba un señor solo que apenas hablaba con nadie, si alguna vez con alguna de las personas mayores del pueblo. No se sabía su nombre, su apodo era el ermitaño. 1,70, delgado, con barba, aseado, vestía casi siempre la misma ropa. Formaba parte de la esencia del pueblo. Según comentaban los que le conocían algo, era risueño y chisposo en sus comentarios.

Causalmente, este año, decidí que si lo veía hablaría con el, dedicaría (si el aceptaba) mi tiempo a conocerle un poco, a entablar conversación, saber que inquietudes tenía, que siempre había tenido pero yo de niño nunca me había parado a pensar y ahora de adulto si quería conocer su historia.

Casi estaban terminando las fiestas y le ví acercarse a la caseta del parque, estaba muy mayor ya, encorvado, barba canosa, llevaba gafas muy deterioradas, aseado como siempre.

Me acerqué y le pregunte si le podía convidar a tomar algo y charlábamos un rato. Giro su cara hacía mí y durante un rato se me quedó mirando sin decir, nada. Al cabo de un momento me dijo que aceptaba el convite porque le caía bien, desde pequeño me había visto por ahí y un día (yo no lo recordaba) le lleve un bocadillo de tortilla.

Nos sentamos en una mesa y le pedí que me contara su historia, su familia, cual era su rutina diaria, si podía hacer algo por el.....

Empezó diciendo que no tenía familia, su madre que ya era muy mayor, vivía en un pueblo de cercano a Cáceres que no recordaba. Su padre les abandono cuando el era un adolescente, nunca fué un buen padre. Era hijo único. No  vivía con su madre porque tampoco se llevaba muy bien con ella, tras la marcha de su padre, su madre "se arrejunto" con otro señor que quería hacer el papel de padre pero nunca lo consiguió con el. Había decidido irse a buscar a la vida a Barcelona, luego Sevilla y había acabado en San Jacinto donde encontró un sitio que no le daban trabajo pero se encontraba bien tratado y como en la familia que nunca había tenido.
Su rutina diaria no era otra más que andar de aquí para allá, normalmente le daban comida para poder alimentarse, y así transcurrían sus días.
¿Si podía hacer algo por el? Ya lo estaba haciendo, era la única persona en muchos años que le había prestado toda su atención, que se había dirigido a el con amabilidad para querer saber algo más de el que las típicas bromas o chascarrillos por su parte y además le había tendido la mano para saber si podía ayudarle en alguna cosa.

Se le iluminó la cara cuando me comentaba esto ultimo, me surgió una idea si el quería y la dueña también.

Ya que conocía a todo el pueblo, era chisposo, tendría miles de anécdotas y además así podría costearse su comida o caprichos, proponer que trabajara en la caseta del parque.

La dueña siempre necesitaba personas para que le ayudaran y en fiestas mucho más. Ya le conocía como el resto del pueblo y no tardó en aceptar mi propuesta, "El ermitaño" que realmente se llamaba Esteban, aceptó dándome las gracias.

No conocemos la vida de las personas, nos imaginamos como podría ser, pero solamente podemos conocerla si nos paramos a hablar con ellos, si dedicamos nuestro tiempo a conocernos, a saber más. Por lo tanto solo podemos hacer cosas por las personas cuando ESTAMOS DE IGUAL A IGUAL sin juzgar ni tener prejuicios.

TODOS SOMOS IGUALES CUANDO DEJAMOS APARTE NUESTRAS ETIQUETAS Y HABLAMOS DE PERSONA A PERSONA.

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